lunes, 25 de julio de 2011

[ La Sabia Deidad ]

La dietilamida de ácido lisérgico

Agudeza sensorial que perfecciona la realidad
como una obra en su punto terminal,
es la utopía cercenando la ética que delimita la capacidad mental,
es el influjo sinestésico, perforando las posibles dimensiones inefables.

Alucinaciones camufladas por asteroides de ilusión
se contonean en emociones incontenibles,
que se desparraman en fluidos irrefrenables...

Las sensaciones irrumpen bizarras y enajenantes.
Mientras la energía se dispersa
y se mimetiza con un ensueño místico que se hace tangible.

La ambivalencia ataca con finura, invadiendo el ser y el no ser
de nuestra indefinidas posibilidades,
su máxima profundidad alcanza el clímax con un ritual de intencionalidad.

El descontrol racional cede a la incontenible felicidad fraccionaria de unas horas,
por que la inconexión interválica surge como aleteos de ave,
la ligereza mental se refugia en la praxis perceptiva,
y se intuye en la alteración espacio temporal
que rehúye a cántaros, de su entramado rígido.

La constante mutación del placer y el dolor sacuden el interior,
como ráfagas de luz intermitente.

La fluctuación rítmica acelera y desacelera al compas de nuestros pensamientos,
porque el aumento de reacciones somáticas se manifiestan de forma pintoresca,
mientras la sudoración y la inapetencia hacen de las suyas en nuestro organismo distorsionado, la sustancia se difunde en nuestro cuerpo cambiando su ciclo regular.
Los rostros rubicundos, el paladar enjugado, y la evidente midriasis
hacen del rostro un lugar de posibles inquietudes.

Factibles flashbacks nos pueden arrobar,
pero no es malestar, es agradable su aparición eventual,
la tolerancia llega cuando se ah de profanar a la sabia deidad,
ella es quisquillosa cuando la inoportunas con continuidad.

El pensamiento abstracto desarrolla múltiples facetas fractales.
Y la percepción desabrocha cremalleras de imaginación inusitadas,
flotando flamantes sobre nuestro cerebro inexplorado.