La noche, tras la desconexión de un posible futuro
juntos, seguimos en silencio el lineamiento que depara la lluvia, caminamos con
pasos melancólicos y con la mente dispersa en miles de pensamientos que nos
abruman, la densidad del flujo energético se detiene y se solidifica en un
tempano glacial de antagonismo idílico. El rastro de nuestro amor se va difuminando con la mezcla de
proyecciones dispares, todo de cae en un abismo, la confusión se yergue en
nuestra mente simultaneo al movimiento frenético de nuestros cuerpos.
Me desconecto a su paso, me marcho por el lado contrario
llego al parqueadero, prendo mi moto… Manejo mientras las gotas caen como
piedras sobre mis costados, llego a casa me sumerjo en mi urna y se escuchan los alaridos estrepitosos de mi
madre, el graznido de su voz pronuncia unas estampida de lagrimas, todo se
cuela en un escena de pánico insignificante, mi hermana reclama amor, su mente
disociada de ego no comprende la escena de furia, solo pronuncia palabras de
párvula asombrada, “Usted no me puede gritar me tiene que mimar” ella no entiende,
aun no está zambullida hasta los tuétanos en esta estructura demoniaca del
sistema.
Salgo de mi urna y miro expectante mientras analizo la situación.
Toco con sutileza las ondulaciones de brillo negruzco del cabello de mi madre,
mientras ella continua en su jadeo sollozante, maldiciendo la existencia de un
aparato fútil. El celular, toda una disputa por dicho aparato… Un insustancial
enemigo.
Mi hermana con ojos encendidos mira con desconsuelo, no
hay ni el mas mínimo asomo de rabia, solo quiere estar bien, ni siquiera el
lenguaje le da para decir las palabras correctas, su mente es un remolino
imparable de recuerdos sin conectores. Luego
risas muchas risas esquizofrénicas a causa de los ambivalentes mohines del
rostro de mi madre… Y tirrin el amor hace una llamada, contesto indiferente
pero adoleciendo, siento el vértigo. Las mariposas vomitando en mi estomago,
colapsando… Suspirando y olfateando su presencia. el lenguaje rejuvenece el
conjuro, la ilusión se enciende de nuevo, el corazón se desequilibra e inicia
su galopeo nocturno, la respiración ya fluye, pero una impostergable lluvia de
lagrimas no parece frenar, pero aun no se asoman… Mis pupilas tienen sombrillas
que detienen su irrupción. Me congelo y me derrito en la malteada de nuestra relación.
Nuevamente me declaro adicta y me enfrento ante las vicisitudes de un porvenir
ineluctable.