En las colinas de brillante esplendor,
escondo mis tributos cabalísticos,
para girar en torno a la hojas primaverales,
caen y crujen debajo de la llaneza de mis dedos,
absorbo la calidez de sus colores en medio de sus diáfanas melodías.
Impetuosa nombro con agrado los entes iridiscentes
que observo con distanciamiento,
ellos notan mi presencia y en respuesta soplan sobre mí,
su polvo de astros,
surcan de partículas la atmosfera
se dispersan como dardos de ternura.
Eufórica asciendo en ráfagas de terciopelo
y me doy cuenta que los hilos de cristal
se desprenden con impetuosa sinfonía,
se deshacen entre los vientos de Eolo
y gravitan pavorosos en las tempestades de Júpiter,
sonríen ante la luz de Febo
y continúan con inextricable regocijo ante la ceguera de destino.